May 19, 2008

Juan

Nació puro, se podría decir que al igual que todos. Se crió en la mejor familia, la más sana, lo más normal que podría existir, tanto que se dudaba de su existencia. Vivía en la ciudad más virgen, pero no como Madonna, ni menos Britney. Tenía un sueño original, la paz mundial. Bueno, lo original en realidad era su modo operandis, repartir millones de pañuelos blancos por toda la tierra, y tramos de kilómetros para los presidentes.

Lo era tanto que era el objetivo inalcanzable de toda marca, de toda campaña publicitaria. El éxito de cada empresa se medía por cuan menos lejos estaban de llegar a Juan. Monopolio Fashion era la top un millón con un promedio anual de 200 kilómetros de tortuga dominguera de Juan. Las de jabón en polvo soñaban y no dormían de las ansias de tenerlo como cara de sus respectivos polvos. En su desesperación usaban clones de Juan, los cuales duraban un sólo uso porque se manchaban, paradójicamente, con facilidad.

Juan. Él se levantaba, lavaba un pingüino empetrolado, le hacía el desayuno al escuadrón de bomberos voluntarios n° impar, iba a misa y volvía de la misa. Traducía la Biblia en un idioma distinto todos los días, llegó a inventar sin cuenta idiomas porque se quedó sin.

Su primer beso fue por Internet, no tuvo un segundo. Después de las 22 se dedicaba a taparle los ojos a cada niño que, rebeldemente, quedaba frente a la vulnerabilidad de la caja boba.

Era tan transparente que un día, parando el colectivo, murió. El colectivero no lo divisó y freno encima de él para subir a la terrible perra que lo había erectado, parado.

No fue un triste final, todo lo bueno se termina dijo el calecitero.

Su alma se elevó, llegó a las puertas del cielo y ahí se hizo la luz, salió una promotora de TC y le dijo con voz de cajera de Pago Fácil: “Disculpe, se nos cayó el sistema, muérase otro día.”